¿Por qué los cuerpos celestes nos afectan?
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I. Introducción
Todas las
verdades son fáciles de entender una vez descubiertas; la tarea estriba en
descubrirlas. Galileo Galilei (1564–1642).
La marea
se define como el cambio periódico del nivel del mar producido por la fuerza de
atracción de la luna y el sol. ¿Ejercen estos dos cuerpos celestes influencia
sobre la Tierra? Un físico o un astrónomo explicaría con precisión matemática
cómo las fuerzas de gravedad de ambos mueven las aguas y en qué épocas del año
se encuentran más o menos susceptibles a las fuerzas del sol o de la luna según
la distancia de ellos con relación a la Tierra. Como la Tierra o sus mares, también
nosotros nos hayamos constituidos de elementos químicos sobre los cuales los cuerpos
celestes ejercen influencia en virtud de una relación astrofísica, o al menos así parece. Nuestro organismo, por ejemplo, está constituido
de agua en un 80%. ¿Tendrían la luna y el sol influencia sobre nosotros al
tenerla sobre el agua? ¿Cuál es el mecanismo de acción de los cuerpos celestes sobe nosotros? Aunque sabemos que los dispositivos electrónicos de nuestro hogar pueden ejercer una influencia electromagnética superior a la de la luna o el sol o los demás planetas, quizá no sea este el mecanismo de acción a través del cual operan, sino otro, o quizá este otro constituya uno adicional al antes referido, es decir, uno que guardaría relación no solamente con distancias (física clásica) sino con nociones o variables más complejas que probablemente ya desafían el sentido común de la comunidad científica (física o mecánica cuántica). En cualquier caso, parece haber una relación particularmente estrecha entre los símbolos planetarios y sus propiedades astrofísicas y características astronómicas. Al menos con relación al punto de vista astronómico, el astrólogo estadounidense Robert Hand ya fue explícito al respecto en su Horoscope Symbols (1981).
Cada astro se compone de una variedad de elementos químicos y la distancia entre ellos y nosotros (cuando salimos del útero) decide el balance de los efectos de lo que podríamos llamar una descarga cósmica que determina –como el sol y la luna el nivel del mar– nuestro estado de salubridad física, mental y espiritual al entrar en contacto con el mundo físico tras egresar del vientre materno (de ahí que, así como los códigos civiles nacionales dicen que el nacimiento se produce cuando la criatura respira por primera vez, también la carta natal, pues cuando toma lugar el soplo o cuando el individuo respira el cosmos). Se trata de una especie de impronta metabólica cuyos quantums dependen del grado de cercanía o de lejanía de los astros según nuestra hora, fecha y lugar natales, pues estos tres factores determinan la distancia y la posición de los astros en diferentes momentos o épocas del año.
Quizá no en vano, los cuerpos celestes interiores (sol, Mercurio, Venus, luna, Marte) son denominados cuerpos celestes «personales» (los que más influencian sobre el carácter), mientras los que siguen (Júpiter, Saturno), «sociales», y los más distantes (Urano, Neptuno, Plutón), «transpersonales» o «espirituales». De hecho, a excepción de Plutón, los cuerpos celestes exteriores son mucho más grandes que los interiores y mientras estos son densos y rocosos (concretos o primitivos), aquellos livianos y gaseosos (etéreos o sofisticados, planetas genios).
Cada astro se compone de una variedad de elementos químicos y la distancia entre ellos y nosotros (cuando salimos del útero) decide el balance de los efectos de lo que podríamos llamar una descarga cósmica que determina –como el sol y la luna el nivel del mar– nuestro estado de salubridad física, mental y espiritual al entrar en contacto con el mundo físico tras egresar del vientre materno (de ahí que, así como los códigos civiles nacionales dicen que el nacimiento se produce cuando la criatura respira por primera vez, también la carta natal, pues cuando toma lugar el soplo o cuando el individuo respira el cosmos). Se trata de una especie de impronta metabólica cuyos quantums dependen del grado de cercanía o de lejanía de los astros según nuestra hora, fecha y lugar natales, pues estos tres factores determinan la distancia y la posición de los astros en diferentes momentos o épocas del año.
Quizá no en vano, los cuerpos celestes interiores (sol, Mercurio, Venus, luna, Marte) son denominados cuerpos celestes «personales» (los que más influencian sobre el carácter), mientras los que siguen (Júpiter, Saturno), «sociales», y los más distantes (Urano, Neptuno, Plutón), «transpersonales» o «espirituales». De hecho, a excepción de Plutón, los cuerpos celestes exteriores son mucho más grandes que los interiores y mientras estos son densos y rocosos (concretos o primitivos), aquellos livianos y gaseosos (etéreos o sofisticados, planetas genios).
II. Bioquímica
Nuestra relación con el cosmos no es nada distinto, por ejemplo, del asmático que va a la orilla de la playa a respirar las sales marinas para beneficiarse de sus sustancias y aliviar su condición. En este caso, la cercanía a la playa resulta benéfica para sus pulmones (yodo proveniente de las algas marinas). Tampoco es distinto de quien se encuentra expuesto a reacciones nucleares, en cuyo caso la radiación trastocará su integridad bioquímica. Así funciona la proyección energética de los astros. Uno mal aspectado (relaciones angulares) cerniéndose sobre una Casa sensible a la salud, por ejemplo, produce efectos desfavorables. Si se haya emplazado, no obstante, en una región de la astrografía lejos de ella, quizá no. Incluso, hay quienes recomiendan bañarse fuera de la casa (como fue natural en el hombre bañarse en los ríos o en el aguacero) porque luego de que oscurece (especialmente bajo la luna llena) desciende una energía que favorece la bioquímica del organismo.
Del mismo
modo en que la luna ejerce poder sobre las mareas, el resto de los cuerpos
celestes sobre la Tierra y la vida en la Tierra (flora, fauna, ser humano). A
mucha gente que no cree en la astrología le cuesta comprender esto y por eso la
ven como una especie de fantasía (a lo cual contribuye el ejercicio
irresponsable de la disciplina por parte de un gran número de "astrólogos" y la
pésima orientación de la inmensa mayoría de la literatura), en lugar de verla como lo
que realmente es: una realidad de índole bioquímica o astrofísica en virtud de la matemática:
distancia (latitud/longitud), lugar (geografía) y tiempo (fecha).
III. Las correspondencias (simbolismos)
La noción
Los
cuerpos celestes del sistema solar pueden ser clasificados en dos grupos
principales según la distancia de sus órbitas del sol: en interiores y exteriores.
Desde el punto de vista del sol hacia fuera están Mercurio, Venus, la Tierra
(junto con la luna) y Marte. A partir de Marte está el cinturón de asteroides
que separa a los cuerpos celestes interiores (los antes
mencionados) de los exteriores: Saturno, Júpiter, Urano, Neptuno y
Plutón. Curiosamente, los cuerpos celestes interiores y exteriores se
distinguen no solamente por el cinturón de asteroides que los separa: también a
la luz de sus tamaño y constitución química.
A
excepción de Plutón, los cuerpos celestes exteriores son mucho más grandes que
los interiores y mientras estos son densos y rocosos
(concretos) aquéllos livianos y gaseosos (etéreos). También se
distinguen en que los interiores se desplazan rápido y, por lo mismo, su
posición permite distinguir una astrografía de otra en casi la misma fecha;
mientras que los cuerpos celestes exteriores se desplazan lentamente y, por lo
mismo, su posición permite distinguir, no una astrografía de otra en casi la
misma fecha, sino una época o generación de otra e, incluso, un siglo de otro.
La mayoría de los cuerpos celestes interiores dan la vuelta alrededor del Sol
en aproximadamente un año y Marte en dos, mientras que los cuerpos celestes
exteriores en doce años, para el caso de
Júpiter, y hasta en dos siglos y medio, para el caso de Plutón. Los interiores son
«personales» también en el sentido en que se relacionan (debido a su cercanía a
la Tierra y a su composición bioquímica, es decir, rocosos) con el desarrollo del individuo y su
ego (el ego como representación de la materia, lo primitivo). Los exteriores son
«impersonales» también en el sentido en que se relacionan (debido a su cercanía
a la Tierra y a su composición química, es decir, gaseosos) con los mundos social y espiritual.
A cada
cuerpo celeste le es adjudicada o atribuida una u otra competencia fisiológica
(organismo) o psíquica (mente) según su cercanía o lejanía e idiosincrasia
bioquímica. Luego, la función biológica o química de un organismo se extiende
siempre a, es decir, siempre guardará relación con, la función psíquica o
metafísica. La sal (una representación del sodio, o Na) funciona
como agente antiséptico (desinfectante) en el plano biológico, pero asimismo en
el psíquico cuando con ella se hacen ritos de limpieza. El trastorno de
personalidad bipolar, a su turno, se relaciona con una deficiencia de litio en
la corteza cerebral, por lo que desde 1949 se ha tratado el trastorno con sales
de litio (ion de litio, o Li+). De ahí que uno de los principios
fundamentales de la filosofía hermética (Hermes Trismegisto) señale: «Como es arriba, también abajo; como es por dentro, también por fuera».
Los
cuerpos celestes, en este sentido, pueden ser relacionados con ciertos órganos
del cuerpo, con ciertas funciones psíquica y, en forma más profunda, con todo
cuanto sea cognoscente, siempre y cuando trabajemos sobre el sistema análogo
del que se desprenden los temas naturales de cada cuerpo celeste.
A) En
el plano psíquico
Cuando
hablamos de los sueños y la memoria del nativo, así como de la linfa y del aparato endocrino (glándulas) u organismos acuosos, hacemos referencia a un cuerpo celeste cuyo suelo es húmedo y su temperatura fría (véase el
concepto «cualidades primitivas») y su periodo de
revolución extremadamente rápido con relación al resto de los cuerpos celestes:
la luna. Cuando hablamos de los sistemas de comunicación y de transporte
(incluso, el transporte del oxígeno por parte de la sangre hasta los tejidos y órganos), de los
procesos lógicos (intelecto) y metabólicos (discriminatorios), hablamos de un cuerpo celeste particularmente diverso bioquímicamente y cuyo medio ambiente es
húmedo y su temperatura caliente y su periodo de revolución tan rápido como la
circulación sanguínea: Mercurio. Cuando hablamos de las relaciones humanas y
de la capacidad para experimentar amor o para amar, hablamos de un cuerpo celeste cuya atmósfera es húmeda y su temperatura caliente y su clima homogéneo o estable, aunque apasionado (caluroso sobremanera): Venus. Cuando hablamos del pulso y del impulso, de la iniciativa y de
la marcha, de la fuerza de voluntad y de la vitalidad, así como del carácter y
del temperamento, del sentido del yo y de la agresión, lo mismo para bien como para mal, hablamos de dos cuerpos
celestes cuyos ambientes son secos o áridos, cortantes, y sus temperaturas calientes (en comparación con los exteriores): Marte y el sol. Cuando
se trata del pensamiento y la síntesis del conocimiento (filosofía, pedagogía, Derecho, religión), no solamente de las proteínas, hablamos de un cuerpo celeste
gigante, el primero de los exteriores (representa la expansión de los horizontes, por consiguiente) y cuya atmósfera es húmeda y caliente-fría y su periodo de revolución simétrico: Júpiter. Cuando
hablamos de los límites y las estructuras y rigores y, por consiguiente, del método científico, hablamos del cuerpo celeste después de Júpiter, el que fuera el último para los antiguos y, actualmente, el último de los planetas "sociales", uno cuyo medio es excepcionalmente frío y su periodo de revolución particularmente lento: Saturno. Cuando
hablamos de la originalidad o, mejor, de todo cuanto se encuentra bajo el marco
conceptual de lo anormal o no convencional, ya fuera en el ámbito de la pisquis (v. gr. genialidad del intelecto) o de la sociedad (rebeliones o revoluciones sociales y/o tecnológicas) o de la materia, la bioquímica o la genética (v. gr. homosexualidad), hablamos del único cuerpo celeste de nuestro sistema solar volcado sobre su propio eje, es decir, su polo norte apunta directamente al sol mientras rota: Urano. Cuando
hablamos del mundo todavía más inmaterial o mistérico o genial que el representado por Urano (no en vano, la apreciación visual de ambos es físicamente imposible), hablamos de un cuerpo celeste supremamente húmedo y particularmente frío y su periodo de revolución muchísimo más lento
aún que el de los anteriores: Neptuno. Cuando hablamos de las transiciones, de las
transformaciones, de la metamorfosis, de los cambios profundos o de raíz, de
los fenómenos naturales, de la muerte, de la regeneración y de las bombas o asuntos nucleares, hablamos entonces de un
cuerpo celeste particularmente rico en nitrógeno y metano, lo que, expuesto a la luz solar, resulta en nada menos que una reacción violenta o explosiva: Plutón.
Los planetas genios o exteriores tienen algo en común (a excepción de Plutón): helio e hidrógeno. Curiosamente, uno de estos gases es catalogado como noble por la comunidad científica. Los planetas primitivos o interiores tienen algo en común (a excepción del sol y Mercurio): dióxido de carbono.
B) En
el plano fisiológico
La
temperatura –o cualidad primitiva,
según la nomenclatura de Aristóteles y teósofos– «caliente» se
relaciona con la expansión, la dispersión, la dilución y la conglomeración de
lo homogéneo y disminución de lo heterogéneo. La temperatura–o cualidad
primitiva, según la nomenclatura de los teósofos– «fría», con la
condensación, la retracción y la conglomeración de lo homogéneo y heterogéneo.
La cualidad primitiva «húmeda» se relaciona con la licuación,
la ductilidad, el aflojamiento y el ablandamiento. La cualidad primitiva «seca»,
con el desecamiento y el endurecimiento, la tensión y el atezamiento. (Weiss,
A. 1946. Editorial KIER).
En este
sentido, Marte y el sol (calientes y secos) se relacionan con las fiebres y las
inflamaciones y accidentes y cirugías; Venus y la luna (caliente y húmeda y
fría y húmeda) con las glándulas, las mamas, la linfa, el útero, los riñones;
Mercurio (frío y húmedo) con la oxigenación (vías respiratorias) y la
circulación; Júpiter (caliente –en comparación son sus hermanos mayores– y
húmedo) con los pulmones, las arterias, el hígado y las enfermedades hepáticas
y los tumores; Saturno (frío sobremanera y seco) con los dientes y la osamenta
y la parálisis o enfermedades óseas; Urano (frío y seco y excéntrico de eje)
con la aerobiosis, el sistema nervioso empático, los calambres y la epilepsia;
Neptuno (frío y húmedo y de naturaleza etérea) con los sistemas endocrino y
nervioso parasimpático o vegetativo, con los trastornos psíquicos
(alucinaciones, trances, sonambulismo, coma) y las drogas o estupefacientes o
sustancias controladas, fármacos en general (especialmente la anestesia y
agentes depresivos como el alcohol); Plutón (frío y seco) con el intestino
grueso, el colon, el recto y las fístulas.
Así como
se determina el carácter o la personalidad de un individuo (carismática,
tímida, agresiva, meditabunda, alegre, enérgica, pasiva, etc.) a la luz de la
posición de los cuerpos celestes en su mapa natal, también su fortaleza o
vulnerabilidad física (si es, por ejemplo, propenso a padecer un cáncer o
debilidad ósea).
IV. El «factor terrestre» versus el «factor astral»
Es
necesario aclarar, sin embargo, que al factor «astral» (condiciones
astronómicas) se suma el factor «terrestre» (condiciones sociales o medioambientales), lo que a todas luces e insistentemente es compatible con la disciplina científica que conocemos como EPIGENÉTICA (cómo el medio ambiente afecta o modifica la manera en que nuestro organismo interpreta instrucciones genéticas), mientras, al mismo tiempo, parecería constituir la prueba
fehaciente de que el «determinismo» ampliamente proclamado por un gran número
de astrólogos (tradicionalistas, en gran parte) es una falacia. Es cierto, sin embargo, que el margen de libre albedrío del que disponemos es escaso (se amplía a la luz del conocimiento; cuanto mayor el conocimiento, mayor la libertad). En este sentido, aunque el factor «astral» predomina sobre el
«terrestre», también es cierto que este último puede imponerse sobre
el primero.
A esto se
refería el célebre ocultista francés Henri Selva (1861-1952) –autor
del «Traité théorique et pratique d’astrologie généthliaque» (1900)–
cuando decía:
“Entre
los varios elementos que constituyen la totalidad del factor terrestre, llaman
la atención, en primer término, las influencias que cooperan en el origen y el
crecimiento del ser humano, obligándolo a incesantes reacciones. Estas
influencias son el ambiente biológico (transmisión hereditaria de la especie,
la raza, la familia), el físico (clima, vivienda) y los ambientes profesional,
social, etnológico, político y nacional, entre otros.
“De ahí
que el resultado de la acción del factor terrestre pueda comprenderse como
posibilidad apta para confirmar, reforzar o debilitar las probabilidades de los
factores astrales. En este sentido, quisiera añadir que: con ello se
comprueba cada vez más la deficiencia y la estupidez de las recetas” (juicios
fuera de contexto, es decir: sin ver el Mapa Natal en su integridad y sin
considerar el entorno en que se ha formado el individuo).
Y el
autor de Astrología Racional, Adolfo Weiss (1888-1956), cuando
afirmaba:
“Se
impone para la interpretación horoscópica otro factor, muy importante, pero en
extremo difícil de juzgar. Se trata de la susceptibilidad del nativo para las
influencias astrales, según el factor terrestre. Ya Aristóteles, con su
conocido aforismo «Sol et homo genera hominem» ha aludido a esta cuestión. De
los autores modernos, sin embargo, Henri Selva es quien, a mi juicio logró la
formulación más conveniente”.
O el
matemático, geógrafo, astrónomo y astrólogo Claudius Ptolomeaus (100
d.C. -170 d.C.) cuando solía formular:
“Si observas
a un Júpiter elevado, antes de hacer un juicio deberás saber si el horóscopo
corresponde al hijo de un rey o de un campesino. Si es el primer caso, juzgarás
será príncipe, de lo contrario, juzgarás será comerciante”.
Más el
astrólogo –y periodista– argentino, Norberto Miguel García, cuando
a propósito del pasaje ptolemeico explica:
“Este
aforismo tiene que ver con situar el entorno donde se desarrollará el nativo,
pues no siempre los aspectos o cuerpos celestes indican nada por sí mismos.
Dependerá también de la inclinación personal según la educación familiar,
escolar, de las tendencias de sus relaciones sociales según la sociedad en que
ha nacido… en fin… queda mucho por delante como para acelerarse tanto”.
Esta tesis fue publicada en la revista argentina GeA. Esta es una versión ligeramente editada (actualizada).
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