Nuestra academia y el Decálogo Universal del Astrólogo

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Contexto

Habida cuenta de discusiones cada vez más numerosas sobre la corriente astrológica más pura o genuina, adecuada o verdadera, en especial con el creciente interés en la astrología tradicional o helenística después de la loable tarea que hicieran los colaboradores de Project Hindsight durante las últimas dos décadas (proyecto retrospectivo de envergadura consistente en la traducción de textos antiguos en latín, griego y árabe), vale la pena que nuestra escuela se pronuncie con relación a su orientación académica o astrológica.

Nuestra escuela

Pues bien, nuestra escuela no se considera «tradicionalista» ni «renacentista», «medieval» o «moderna» sino universal o ecléctica,  pues pensamos, seriamente, que la astrología es astrología y que cada época o tradición consignó su propia contribución. Los helenos nos bendijeron con el relevo zodiacal y el fundamento óptico de los aspectos, entre otras cosas. Los renacentistas y medievales con su metodología o sistematización característica, en especial a manos de Morin y de Lilly, y los modernos con los nuevos sistemas o modelos de casas, cada vez más exactos a los fines de poder determinar con precisión la verdadera posición de los planetas en una casa determinada y el grado exacto de las cúspide de estas (fundamental para saber, a ciencia cierta, cuál es el cuerpo celeste que la rige).

Habida cuenta también de la charlatanería de feria sustentada en la corriente positivista de autoayuda y superación de la moda de turno, también valdrá la pena aclarar que cosa distinta lo serán siempre los disparates y las distorsiones, las fabricaciones o los inventos y asimismo los ejercicios irresponsables, malsanos o deshonestos, y no nos llamemos a engaños: esto ha sido común a todas las épocas, no solamente a la Edad moderna o contemporánea [1].

Astrología es astrología, insistimos. Por consiguiente, pensamos debe ser tratada o estudiada según su justa perspectiva, dígase, como lo que es: una ciencia [2] al servicio del ser humano como la medicina o la meteorología, la psicología o la psicología forense, y practicada honrando casi los mismos postulados éticos de cualquier otra profesión u oficio como, por ejemplo, los de la medicina y el Derecho, especialmente la medicina, pues guardarían una estrecha semejanza con el juramento hipocrático (Hipócrates de Cos).

Un necesario Decálogo Universal del Astrólogo

Cada institución, colegio, corporación o escuela o academia de astrología cuenta o tiende a contar con unos principios éticos o con un cuerpo de reglas aplicables a todos sus miembro. Esto es apenas oportuno. Acaso un ejercicio de idoneidad más oportuno aun lo sería la redacción o composición (por parte de la comunidad astrológica anglosajona e iberoamericana) del Decálogo Universal del Astrólogo. Componer este documento, acompañado de una también universal regulación de la materia, constituye una necesidad, deshaciéndose de los charlatanes de feria en el proceso. Hablamos de un código ético al cual poder someter a todo profesional astrológico por igual con el fin de que las personas a quienes servimos puedan saber, sin temor a equivocarse, lo que pueden y deben esperar de un astrólogo, y este, por su parte, saber que, como el médico o el abogado, podrá verse despojado de su licencia cuando incurra en cualesquiera de las causales de dicho despojo o indignidad, pues por encima de la ética y de la justicia no debería haber nunca nada (los valores no siempre vencen sobre las cosas, pero sí sobre las relaciones humanas).

Dicho Decálogo habría de fungir de Constitución de todos los demás reglamentos internos de cada corporación, institución o academia astrológica, variando según sus propias necesidades, pero sin dejar de reflejar nunca su espíritu, el espíritu que los inspira e informa, y este no es otro que aquel que reúne o amalgama los principios éticos cuya honradez compondría la integridad moral del profesional, o al menos así podrá ser considerado.

Como suele suceder en partidos políticos u otras organizaciones, abandonar la práctica de adornarnos el ego con etiquetas baratas (“baratas” porque no conducen a propósitos valiosos sino a conductas serviles que desconocen el espíritu del ser pensante y racional) es el primer paso hacia la unificación de la astrología y su posible regulación. Habremos de dignificarla para que vuelva a gozar del –a todas luces– merecido prestigio del que una vez gozó, figurando, incluso, como carrera en prestigiosas universidades de Europa.

Así podremos borrar de una vez y para siempre la necesidad de traer a colación las palabras del médico y astrólogo alemán Adolfo Weiss (1888-1956) cuando una vez señaló: “Aquello que se entrega vulgarizado a la multitud… merece cualquier nombre… menos el de «astrología»”.

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[1] Es cierto que esta última ha trastocado no pocas cosas. Sin embargo, el hecho de que sus inventos (especialmente los que se desprenden de los adjetivos estrambóticos con que adornan su “práctica” para, según parece, aparentar sapiencia u originalidad) sean mayores o más numerosos no quiere decir que antes no los hubiera. Los hubo, aunque fuera en menor grado y aunque algunos tradicionalistas del siglo XXI (modernos al fin y al cabo) tomen la decisión conciente de negarlo o de justificarlo, según el caso, lo cual, a su turno, merecería ser llamado por su nombre: «fanatismo».

[2] Nuestra escuela reconoce que la astrología es también un arte, sobre todo cuando de la habilidad del intérprete se trata (componer el rompecabezas sintéticamente), pero es primero una ciencia, a todas luces e insistentemente.


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